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Por Carlos López Arriaga
Cd. Victoria, Tam.- Prospectos, perfil y circunstancia.Desde que MARCELO EBRARD CASAUBÓN asumió la jefatura del gobierno capitalino en 2006 nos hizo saber con la puntualidad y la claridad suficientes que buscaría la candidatura presidencial en 2012.
Y aunque no obtuvo la nominación y se fue a la banca, regresó en 2018 como canciller del gobierno obradorista y todavía con mayor firmeza anunció su intención de ser candidato a la primera magistratura del país.
En tesitura similar se encuentra el senador zacatecano RICARDO MONREAL ÁVILA. Se maneja también desde el arranque con el más transparente propósito de ir tras dicho cargo en 2024.
Es por ello que el gran tema del actual proceso sucesorio es cómo piensan administrar en Palacio el natural desencanto entre los principales derrotados.
¿Habrá operación cicatriz y de qué manera?, ¿o les ordenarán, simple y sencillamente, obedecer, aceptar sin chistar el resultado de la encuesta?
De ADAN AUGUSTO LÓPEZ existe la seguridad de que se disciplinaría en automático, por la amistad cercanísima que tiene con AMLO.
La cual se remonta a la relación antigua del Presidente con el padre de ADÁN AUGUSTO, el notario público PAYAMBÉ LÓPEZ FALCONI.
¿Pero MARCELO y RICARDO?… Y mire usted, que dicha condición de indoblegables abona matices interesantes a la tarea de análisis, pues promete escenarios inéditos hacia el interior de MORENA, en caso de no funcionar (o no existir) la dichosa operación cicatriz.
SIN MARGEN DE QUEJA
La adversaria común es CLAUDIA SHEINBAUM. Por esto cabe pensar que RICARDO consentiría con mayor facilidad un triunfo de MARCELO y viceversa. El canciller podría terminar admitiendo la candidatura del líder senatorial.
Aunque para ambos sería bastante más difícil aceptar a la doctora SHEINBAUM si su triunfo ocurre bajo sospecha de imposición y con objeciones serias hacia el proceso interno.
La exigencia de “piso parejo” no es de RICARDO para MARCELO ni de MARCELO a RICARDO. Es de ambos hacia CLAUDIA, a quien consideran que está compitiendo con ventaja.
Con ella ocurre algo muy especial. Su mayor fortaleza es también su principal debilidad. Siendo tan amiga del presidente, jamás se rebelaría a sus designios (o los de la encuesta, que es lo mismo).
Por igual resulta impensable que busque la nominación por otro partido o sea candidata por la vía independiente. Cualquiera menos ella.
De los cuatro prospectos, la más comprometida para respetar el resultado es CLAUDIA, la discípula amada, campeona de la lealtad. A lo mejor sus partidarios no se han dado cuenta, pero la señora está en un callejón sin salida, no tiene margen para indisciplinarse.
Su disyuntiva es celebrar el triunfo o acatar dócilmente la derrota. Es la carta que ella quiso jugar, la de la obediencia, el papel de chica aplicada. No hay espacio para pataleta alguna.
Muy diferentes son los casos de RICARDO y MARCELO. Estos tienen tamaños, preparación, experiencia y voluntad para luchar con un margen amplio de autonomía, dentro y fuera del obradorismo.
Tampoco están comprometidos a aceptar sin chistar el desenlace del proceso interno. El papel de hijos desobedientes les sienta requetebién a ambos, pero no a la jefa del gobierno capitalino.
Ella tendría que aguantar callada si, luego de esa promoción tan intensa invertida en su persona, la decisión final apunta en una dirección distinta.
¿PERDIMOS POLLA?
Cuestión de imaginar un escenario fatal donde se repita la historia de ADOLFO RUIZ CORTINES y su presunto favorito, el titular de Agricultura GILBERTO FLORES MUÑOZ, en noviembre de 1957.
En tono de justificación, con algo de pena y cierta dosis de cinismo, don ADOLFO terminará diciéndole a GILBERTO aquello de –“¡Perdimos pollo!”- luego de conocerse el destape de LÓPEZ MATEOS.
La paradoja es que la decisión final también fue de RUIZ CORTINES. Cabe pensar en un cambio de opinión, o bien en una más compleja maniobra de distracción que simuló apoyar a uno para proteger al otro.
Bajo esta perspectiva, la lealtad obligada de SHEINBAUM al presidente LÓPEZ OBRADOR sería, pues, una desventaja, un punto débil. Y aunque se escuche feo, su postura incondicional la ubica en la categoría de sacrificable.
Por supuesto, a diferencia de MONREAL y EBRARD, cuya condición de disidentes internos les otorga un margen amplio de libertad para decidir, cada cuál en su momento, qué camino tomar si la encuesta les resulta adversa.
Y, bueno, el último día de AMLO en la Presidencia es el 30 de septiembre del 2024. Esto quiere decir que el pasado primero de octubre empezó una cuenta regresiva de dos años cuyo desenlace se cumple con el traspaso de la banda presidencial.
Ello, aunque la tradición política mexicana nos indica un detalle significativo. Los presidentes pierden buena parte de su poder a partir de que el partido oficial designa candidato.
Cuando este último es aclamado por la cargada y empieza a recorrer el país, lo felicitan los centros patronales y las dos cámaras, le aplauden gobernadores y alcaldes, su imagen se apodera de los medios, empieza a manejar los hilos de la clase política y se dedica a construir un espacio propio dentro del equipo gobernante.
No serían entonces dos años sino uno (a lo mucho) el que le queda a LÓPEZ OBRADOR en plenitud de facultades, con el control pleno de la narrativa gubernamental.
En un plazo muy cercano (¿10,11, 12 meses?) estará compartiendo reflectores y escenario con un nuevo liderazgo en ascenso.
Suele comentarse y lo consignamos aquí. Es como una transfusión simbólica donde el mandatario saliente va perdiendo de manera inexorable la vitalidad que nutre al sucesor en curso. Al final, el primero será devorado por el segundo. El tiempo vuela.
BUZÓN: lopezarriagamx@gmail.com